viernes, 27 de abril de 2012

De la mano de Katharina

Para Pájaro de Fuego...



Érase una vez una bruma noctura que asolaba solitaria el pantano del pueblo. Nadie advirtió su presencia y nadie fue capaz de estimar su permanencia en el lugar. Tan sólo se empaparon de su húmedo aliento. La Luna lograba asomar su sonriente rostro entre las nubes de la desolación, pero sedienta de protagonismo emprendió una batalla contra el Sol para que cesara sus pretensiones de reinar en el cielo de mujeres y hombres.

Así, la Luna se convirtió en el aire, en el alimento de sus súbditos. Tan sólo tocaba con su gracia a unas pocas, haciéndolas brillar como hijas suyas que eran. Y así nacieron las ninfas del pantano, encargadas de velar por sus gentes y tesoros.

Satisfecha la Luna con su legado, decidió hacer las paces con el Sol para juntxs gobernar los cielos, permaneciendo las nifas del pantano brillando con la magia de su diosa durante el día, para susurrarle al oído los secretos de los hombres durante la noche.

Así, llegaron los vientos del cambio y azotaron con su delicada furia los corazones de mujeres y hombres. El fuego del Sol volvió a arder en el interior de cada hogar, en el interior de cada ser. Su luz devolvió a lxs habitantes del pueblo la oportunidad de beber de la belleza que les rodeaba, embriagándoles de colores y vida, de fe y esperanza.

Reconciliadxs el día y la noche, el rítmico fluir de las cosas retornó a la tierra su fecunda virtud de crear, y en sus entrañas nació y se avivó el fuego que la haría recuperar su crepitante palpitar. Una explosión latente se guarecía en cada rincón, a la espera de la señal que le permitiera sucumbir a la pasión de la tierra, del aire, del agua y, por supuesto, del fuego.

Ya nadie podía recordar las sombras del imperio de la noche, sinó que divertidxs iban y venían del Sol a la Luna, de la Luna al Sol. Aunque la batalla liberada fuera cruenta y despiadada, arrebatando del corazón de los hombres y mujeres todo atisbo de esperanza, el momento presente se convirtió en un continuo motivo de celebración, pues el resultado de la discordia fue el único posible de entre todos los imaginados: la victoria de la vida, la convivencia de los contrarios en una invisible unidad rebosante de virtud.

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