martes, 23 de septiembre de 2014

Invocando a los Ents

El sol, escondido tras las nubes, cae rendido otra nueva noche, preso de los encantos de la luna. Sé que voy por el camino correcto, las señales están claras, y en algún lugar puedo encontrar el molino abandonado que supondría un techo perfecto para esperar al día siguiente.

Los hombros doloridos por el macuto me obligan a buscar cobijo con urgencia, pero la comodidad que ese molino me podría ofrecer es lo suficientemente sugerente como para procurar encontrarla. Dejo la mochila a un lado del camino para poder avanzar más rápido e investigar si el molino está tan cerca como creo. Por más que dejo rocas y tocones tras de mí, riachuelos y grutas sinuosas, mi ansiado refugio no da señales de existir. Las nubes ayudan a la oscuridad marcando al sol y negándome sus últimos rayos. Decido volver sobre mis pasos para improvisar un techo en el que pasar la noche. Una ténue lluvia decide hacerme compañía, haciendo que cada piedra suponga una trampa resbaladiza conspirando contra la integridad de mi dentadura.

Recojo mis cosas donde las había dejado y observo a mi alrededor fantaseando con posibles hogares, el hogar de esta noche. Árboles jóvenes desafiando a los ancianos con sus quebradizas ramas. Árboles ancianos haciendo notar su supremacía con su única presencia. El suelo invadido por el éxodo de las hojas en otoño, cubriéndolo con una gama de colores cada vez más imprecisa a medida que la luz se desvanece. Un poco más arriba, cruzando el camino que sube en paralelo a mi ruta, hay una zona bastante libre de pendiente. Las raíces de un árbol se yerguen cual muro hasta la altura de mi cintura, y sus ramas parecen invitarme a un abrazo en el que cantarme una nana. Cedo a la generosidad del bosque y la amabilidad de sus rincones.

Aislo el suelo y fabrico un techo con el chuvasquero y cuerda, solo resistente a una lluvia ligera como las que me fui encontrando hoy. Una tormenta me calaría al medio minuto. En ese instante en el que sabes que el sol ya te ha abandonado, y todavía no puedes sentir la presencia de la luna, sabes que nunca estarás más solx.

Enciendo la linterna para poder identificar mejor el lugar y ubicar mis cosas en el mismo sitio para no extraviar nada. Todo parece en orden, y el sonido del viento me invita a despedir la larga jornada de caminata de hoy. Me descalzo y libero mis pies de sus carceleras, desnudo mis piernas y observo que los músculos de ambas están en la misma posición, a pesar del dolor. La rodilla me hará difícil la jornada de mañana, quizás no avance tanto como había planeado.


Decido retirar mi pensamiento del dolor y sus consecuencias, y me concentro en el agujero que mi estómago ha generado para reclamar alimento. Lo sacio con un bocadillo que me preparé por la mañana antes de partir. El mundo se ve distinto con el estómago lleno... Satisfecha la necesidad primaria, despiertan otras necesidades que hasta ese momento estaban eclipasadas. Agudizo el oído y puedo escuchar claramente pasos, juraría que de un animal de cuatro patas... más de uno. Jadeos... sin duda, no estoy sola. Mi cuerpo se queda completamente paralizado, como si de la ausencia de movimiento se derivase indiscutiblemente mi invisibilidad. La entrada y salida de aire en mi cuerpo queda pospuesta hasta nueva orden, y los sentidos se ponen en modo alerta para detectar el peligro.

Tras los breves segundos en los que mi muerte parece segura bajo las fauces y garras de una manada de lobxs sedientxs de venganza hacia el ser humano, sobreviene un silencio monasterial que invita a la meditación. Es momento de liarme un canuto! Ese silencio, solo perturbado por los movimientos de mi torpeza a la hora de intentar moverme sin descubrir mi cuerpo a la intemperie, se merece un momento de comunión con el humo. Mi garganta se va calentando a medida que los árboles oscilan frente a mis ojos, semiescondidos tras las cascadas de humo. Cerrando los ojos, puedo tener un río al lado, incluso el mar, un ejército de hormigas dispuestas a atacar a ese topo que siempre ubica y posteriormente destruye su elaborado hormiguero, un grupo de arañas tejiendo una tela sobre mí, aisándome del mundo y envolviéndome en una esfera perfecta impenetrable para cualquiera que intente hacerme daño.

La oscuridad ve frustrados sus planes de dominar la tierra esta noche, pues la luz de la luna se reflecta sobre las gotitas que pueblan la niebla, tiñéndolo todo de una opacidad blanquecina. Todo se ve a través de su influjo, no hay manera de escapar de su poder. Los árboles, las babosas, las arañas, incluso las sombras... todo le pertenece, y en la certeza de tal genuina soberanía, me encomiendo a ella mientras mis párpados deciden poner fin a tal obra maestra. El sueño me vence y mi cuerpo se acomoda al duro suelo para recibir el día descansado.

Un ruído me incorpora en la noche. Unos metros más abajo algo se mueve, pero no alcanzo a verlo con la luz disponible. Engancho la linterna y la enciendo en la dirección en que mis oídos me indican que se encuentra el ruído. Unas ramas se mueven unas tras otras, accionadas por un efecto dominó de lo más irónico. Dos luces me atrapan con su resplandor, y sé que el dueño de esos ojos podría no gustarme. Calculando la distancia a la que se encuentra de mí, y la separación que hay entre ambos ojos, intuyo que se trata de un animal pequeño. Aclimato mi visión al contraste entre luz y sombras proyectado por la lintera, y consigo distinguir unas orejas puntiagudas... y unos bigotitos muy monos dignos del más mimado gato doméstico. El minifelino, en principio inofensivo, valora, a la par que lo hago yo, el riesgo que supone mi presencia en la trayectoria de su camino. Decide, al igual que yo, que hay cabida para ambxs en este bosque, y que ambxs merecemos vivir en paz y armonía con el resto de seres animados que habitan en él. Sus patas comienzan a moverse sigilosas hacia adelante, mientras su lomo las acompaña un poco después, encogido como fingiendo ser menos. Al pasar por mi lado, gira su cabeza y me observa con sus ojos brillantes bajo la luz de la linterna, para después volver a dirigirse hacia el frente en la búsqueda insaciable de hembras en celo.

Resuelta la duda de una hipotética amenaza, toca volver al sueño, pero... el ritmo cardiaco alcanzado tras la posible presencia de un cánido salvaje o, lo que es peor, un manada enterita de ellxs, consigue alterarme lo suficiente como para reencontrarme con Morfeo por segunda vez en la noche. Me relajo ante la idea de la Luna observándome, de los árboles erigiendo un fuerte en torno a mí en el que protegerme y acunarme esta noche, inyectándome alguna antigua semilla de fuerza y sabiduría para reemprender mi camino.

Las respuestas están ahí fuera, debajo de cualquier piedra o escondidas entre las raíces de un helecho majestuoso que saluda a la vida entre la magia de los robles. Allí donde poses tu vista, podrás verlas. En cada rincón, en cada camino. Podrás oirlas en tus pasos, en la lluvia. Sentirlas en el agua que nutre tu garganta sedienta, y en la piel de tus amantes. Degustarlas en el fruto de cada árbol cansado, en cada lengua que tu boca devore. Olerlas en la superficie de la tierra tras ser atacada por la tormenta, en las rocas devastadas por las olas del mar... Te esperan... Igual que a mí la certeza de que el sol me desperatará con un fuerte propósito que propulsará mis pasos allí donde los proyecte. Y de nuevo, mi cuerpo se rinde a la tranquilidad que me supone sentirme libre.