lunes, 2 de septiembre de 2013

Ni bella ni obediente. Observando los márgenes de expresión de género

Acabo de empezar a un libro que hasta hace poco estaba destinado a morir sepultado bajo el polvo en la estantería del salón. Éste aborda las distintas expresiones del género entre las mujeres, y más concretamente aquellas formas no convencionales más cercanas a lo masculino: marimachos o camioneras, la butch de la cultura lesbiana.

En uno de los párrafos por los que se paseó mi vista, se lanzaban hipótesis acerca de la motivación de las mujeres para presentar una estética tendentemente masculinizada. Lo cierto es que nunca fui demasiado femenina, rozando mi estética los límites masculinos, e incluso zambulléndose claramente en la masculinidad en según qué días. Este debate, por lo tanto, me afecta vagamente en lo personal, constituyéndose en una autorrevisión (sí, otra más, por eso de no perder la costumbre) de la que extraer alguna conclusión que seguramente olvidaré para volver a revisar nuevamente en el futuro.

En lo personal, supongo que la exteriorización de una estética masculina empezó siendo una manifestación de mi baja autoestima. Algo así como "de donde no hay, no se puede sacar", o un "aunque la mona se vista de seda, mona se queda". El caso es que despreocuparme por mi aspecto me permitía invertir mi tiempo en el cultivo de mi intelecto, o así lo llegué a justificar en algún momento. Bueno, pues no. Todo ese tiempo ahorrado no lo he invertido en nada. Se puede decir que mi vida es una sucesión de pérdidas de tiempo. Puedo pasarme horas sin hacer absolutamente nada, y no sé hasta que punto soy consciente del recorrido de mis pensamientos por mi mente. Estoy segura de que esto tiene algo que ver en mi enajenación mental.

Así, la apatía hacia mi apariencia, se convierte en lo que sin duda es la siguiente motivación por la que quizás una mujer asume una estética no estereotípicamente femenina: reivindicación política. Me encanta pensar que, más allá de la dejadez, mi falta de comodidad en la asunción de un rol femenino se debe a una respuesta activa hacia un canon estético, por lo que podría aparentar estar en posesión de una libertad que hoy por hoy está bastante lejos de formar parte de mi vida. En cualquier caso, se trata de identificarse en términos diferentes a los esperados en una mujer: belleza y obediencia. Ni bella ni obediente (bueno, obediente en según qué casos, que la vida en sociedad plantea demasiados requerimientos, y a la mínima te puede dejar fuera de juego... ¿y yo quiero jugar? Me da bastante pereza, la verdad...).

Pues lo dicho! El imperativo que hoy existe hacia la mujer en lo relativo a su estética me toca mucho, pero mucho los ovarios. Tanto, que la opción más atractiva era desterrarlo... parcialmente. Vale que paso de maquillajes, tacones y bolsos (sobre todo los bolsos!), y lo hago genuinamente, es todo un placer para mí no tener de esas cosas en mi casa. Los rechazo enteramente por carentes de sentido y razón de ser en esta vida que resulta que es mía. Pero no puedo evitar seguir atrapada en la admiración hacia ciertas normas de belleza que, por supuesto, no me esfuerzo en cumplir, y q son las más ancladas a la genética, a lo aparentemente inamovible (cara angelical y cuerpo de escándalo, básicamente). El caso es quejarse, y me quejo, pero no pongo medios para modificarlo (no me nace ni lo más mínimo). Y dicho así, a los cuatro mudos vientos de internet, que no me acepte es una realidad perpetua, y el espejo (en todas sus modalidades) me pinta todos los días el rostro de mi enemiga. Quizás la madurez emocional me lleve a evolucionar hacia otra visión de mí misma.

Desviándome de nuevo... ¡Estética masculina! Parece ser que hay varias opciones más académicas. Hay quien dice que la inadaptación o la desviación es la explicación más plausible, aunque es una hipótesis muy vinculada al lesbianismo. Me descoño con las palabras "inadaptación" y "desviación"... Pero vamos a ver... ¿cómo no vamos a estar inadaptadas o desviadas? ¿Es que no habéis observado bien cual es esa realidad a la que adaptarse y cual la norma de la que desviarse? Al contrario de lo que pretenden vender con esos términos, para mí son un síntoma de sana locura.

Aunque la autora del libro no lo contemple, me parece vital recalcar la reivindicación política como motivo para desechar una estética puramente femenina. Pero hay que entender, en este sentido, la feminidad como producto en nuestra sociedad de consumo. Su creador es el control social, por supuesto, y su ejecutor, el mercado. La trama se desarrolla inoperativizándonos como sujetos de lucha, como colectivo con potencial combativo. El rechazo a formar parte de esa eterna cadena de consumo que ejerce tal control social sobre nosotras, nos permite observar al mundo de forma crítica y poder huir de lo impuesto. ¿Y la solución es una estética masculina? Pues la verdad es que no necesariamente, pero ahí andamos, divagando insomnes...

Tercera y última posible explicación: la propia misoginia, "odio la mujer que soy, y por ello procuro camuflarme en el hombre que podría ser". ¿Quién sabe? Lo mismo soy muy misógina. Nunca me lo he llegado a plantear de forma profunda por miedo a disgustarme la respuesta. Lo cierto es que sí tengo un fuerte rechazo hacia la mujer como producto, pero eso es algo que nosotrxs hemos creado, y no tiene nada que ver con la esencia misma de la mujer, donde verdaderamente reside su belleza oculta.

Y ahora que definitivamente me he desvelado, y parece imposible conciliar el sueño, podría iniciar un discurso acerca del relativismo sexual y de género. Me reconforta sentir que esa es la verdad, como si fuese la profetisa de una nueva diosa (o dios, venga, vamos a ponerlo también en masculino, por eso de no discriminar) a la que todxs tuvieran que adorar. Y predicar, predicar, predicar... Moldear las palabras al antojo de ese ente divino y azotar con ellas las lenguas de lxs infieles! Pero no lo voy a hacer porque ya me estoy empezando a aburrir de mí misma. Hombre, mujer, femenino, masculino... son términos que existen en el diccionario porque designan algo que existe, aunque solo sea en el imaginario colectivo (no te flipes... tú y yo sabemos que su alcance es mucho mayor). ¡Puagh! ¿Cuántas palabras deberían desaparecer del diccionario para poder vivir en el mundo soñado?