lunes, 30 de enero de 2012

La bruma de la incertidumbre

No hay radar, sonar, ni brújula que consigan ubicar una posición concreta en este páramo abandonado. Mucho menos determinar una trayectoria despejada por la que navegar. Esta bruma ciega los sentidos, no permite avanzar en ninguna dirección.

Hay travesías en las que la visibilidad parece infinita, las dulces aguas mecen la nave entre arrullos y caricias, aves y peces me acompañan como confirmando que ésa es la única dirección posible. Travesías cuyo nombre es armonía, sosiego, ilusión y esperanza.

También las hay que transcurren en medio de intempestivas tormentas, feroces vientos y mortíferos oleajes. Las soluciones son múltiples y abarcan un amplio espectro de posibilidades: desde dejarse llevar por el temporal hasta navegar contra la confusa corriente. Sea lo que sea lo que esas decisiones deparan, se toman a sabiendas de que es lo que en ese momento más conviene hacer, sin remordimientos que empujen al deseo de volver al pasado para cambiar el rumbo. Simplemente, la marea de la vida me empuja a actuar de miles de maneras cuyos resultados tallan mi corazón de pirata, superviviente a lo visible y lo invisible, enemiga y amiga de la adversidad.

Pero esta jodida bruma... Esto es diferente. Ni tan placentera que me permita disfrutar del viaje, ni tan hostil que me empuje a lanzar remos, arriar velas, sortear peñascos traicioneros y tomar un descontrolado timón que a veces se aferra fuertemente a una posición estática. No, la bruma es diferente. Me condena a la vigilia, me ancla en el estado de alerta, me hace incansable buscadora de una luz que nunca aparece y me ciega a bellos parajes y hostiles derroteros. Me agota, me frustra, me vacía de vida para llenarme de temor, convirtiendo mis huesos en carámbanos y haciendo a mi piel sudar escarcha.

De nuevo sin rumbo, sin aparejos que me orienten en mi ruta, sin una voz que cristalina me susurre cómo manejar mi barco. A la espera, no sé muy bien de qué. A que se disipe la bruma y mis sentidos vuelvan a funcionar. A que me encalle en alguna tierra desconocida poblada de posibilidades. Jodida bruma...

lunes, 23 de enero de 2012

El año nuevo de nuestrxs vecinxs chinxs

Pensando en ayer, no en hoy.

Un día entero concedido  a la elusión de las responsabilidades, así que cualquier cosa es susceptible de apetecerme. Año nuevo chino... ¿por qué no? Esa comunidad, tan invisible a veces a nuestros ojos, celebra hoy la entrada del 2012, año del Dragón de Agua. Desde el viernes se están celebrando eventos múltiples en el centro para darle la bienvenida a esta mítica criatura. Justo el domingo, cuando ya el festejo alcanza su cénit, decido pasarme a ver a mis vecinxs chinxs en "su hábitat".

Allí voy, cargando con todos mis prejuicios y también con toda mi curiosidad. Un escenario con los colores de la bandera china da cabida a unxs entusiastas presentadorxs que introducen a sus nostálgicxs espectadorxs a las actuaciones que allí se desarrollan. Las óperas son sucedidas por patadas de kung fu, y éstas por los desfiles de Miss China España, que a su vez dan paso a canciones interpretadas por apasionadxs cantantes unas veces y tímidxs otras tantas.

Como simulando su muralla, unos cuantos puestos se ubican alrededor ofreciendo sus productos tanto al chinx como al español. Tu nombre en chino, información para acceder a clases de chino o de artes marciales, asociación budista, juegos chinos, belleza china, comida china y un buen número de stands dedicados a la venta de productos (desde los que sólo compran lxs chinxs hasta lxs que sólo compran lxs españolxs). Unxs con largas colas para acceder a su servicio/producto, otrxs viendo a la gente pasar de largo.

La asistencia no es masiva y el ambiente se deja disfrutar. Ya antes de llegar, resulta curioso observar ¡cuántos vecinxs chinxs tenemos! Caminando por la calle, parándose en los escaparates, haciéndose arrumacos, ayudando a dar sus primeros pasos a sus bebés, riéndose de sus chistes (esto no lo sé porque no entiendo lo que dicen, pero que se ríen, sí se ríen).

Y sí, me doy cuenta de que la imagen que aparece en mi cabeza cuando me dicen chinx es bastante limitada: detrás de un mostrador en un bazar, una tienda de ropa o de alimentación, sirviendo mesas en un restaurante, cargando pesados bultos en el metro o incluso, más recientemente, en peluquerías o en esos locales donde te hacen dibujitos en las uñas. Sí, los prejuicios son así, limitantes. Y quizás por eso es más gratificante observar esos pequeños detalles que a veces pasamos por alto, esas cosas que nos hacen humanxs, que nos acercan.

El escenario nos sigue regalando la nostalgia hacia tierras que nunca pisamos, el bello sonido de una lengua que no conocemos, la danza del kung fu y, en definitiva, la otra cara de nuestrxs vecinxs chinxs. Diferentes caracteres pisan ese escenario para compartir con lxs espectadorxs un poquito de su arte, pero nadie como la viejecita. De pronto me encuentro viviendo una vida que no es la mía, sufriendo experiencias que hasta ahora no me habían marcado, viajando lejos. La ópera interpretada por la entrañable abuelita, de fuerte carácter pero deliciosa ternura, es un volar a un pasado que no es mío, pero de pronto me pertenece. Y una lágrima resbalando por mi mejilla me hace aterrizar en Plaza España.

El viaje me agota y decido regresar a casa para contemplar el contenido de las maletas que, pesadas, arrastro por las calles madrileñas. Me siento viva cuando me sorprendo, cuando me emociono, cuando sin mi permiso otrxs penetran en mí. Dirijo mis pasos hacia la salida y me volteo para fotografiar con mi mirada un último recuerdo de mi viaje. Mis ojos se posan sobre una pareja besándose: ella es china, él español.

sábado, 21 de enero de 2012

La apatía de un miércoles por la tarde

Parece que existen miles de horas antes de que el sueño me empuje a la cama, y aunque pueda elaborar una lista bastante extensa de cosas que tendría que hacer, o incluso de cosas que me apetecen hacer, la apatía vence a toda potencial lista y el sofá me atrapa entre mantas y cojines. Mi fiel amigo internet me ofrece la posibilidad de perder el tiempo de las maneras más estúpidas que te puedas imaginar, y una de ellas, paradójicamente, es ofreciéndome 30 minutos de prueba de diversos juegos de "gestión del tiempo". Estos juegos se convierten así en una especie de mofa de mi incapacidad para hacer algo provechoso con mi tiempo, y así me convierto en una eficiente camarera porque sé priorizar mis acciones, en una buena granjera, en una excelente organizadora de bodas y en una ejemplar cuidadora de mascotas. Ya ves tú. El caso es que esa mierda de juegos diabólicos consiguen engancharme de una forma un tanto obsesiva...

Pues bien, justo cuando estaba sentando a los clientes de color amarillo en su mesa de color amarillo (obteniendo así una bonificación por color que aumentaría considerablemente mis propinas), una especie de embestida contra mi puerta interrumpe la puñetera musiquita de mi vida virtual en un restaurante de comida rápida. Los nervios me impiden ubicar el botón de pausa y al alzar la cabeza veo a mi pintoresco vecino caminar al otro lado de la ventana. Me levanto furiosa, dispuesta a gritarle mi indignación por haberme interrumpido en tan vital actividad, y abro la puerta voceando "¡¿qué pasa?!" Y bien, al absurdo de mi apatía sólo le puede suceder el absurdo de la apatía ajena.

- Hola, mira guapa, que yo no te quiero molestar, ni tampoco quiero que haya problemas entre los vecinos, pero es que te quiero comentar una cosa y espero que no te parezca mal.

El tufo a alcohol casi me tumba, pero la ira nacida de mi mono ludópata consiguió mantenerme en pie.

- Vale. ¿Qué pasa?

Con dificultades para mantener una postura medianamente erguida, mi vecino se apoyaba en la pared, manchándose con la pintura blanca descascarillada que ésta desprendía.

- Pues es que... verás. Llevo 15 dís sin poder tender la ropa.

- ¿Acaso la ropa que hay en tu cuerda es mía? - le interrumpí intuyendo por dónde me iba a salir.

- No, guapa, no. Sé perfectamente de quién es esa ropa, y no es tuya. La verdad es que aquí todo el mundo abusa de mí, y pronto me cansaré y tendré que ir al juzgado. Pues mira, niña, que llevo 15 días sin poder tender la ropa, y no me parece normal.

- A ver, mira, te resumo - le contesté impaciente. - Yo llevo dos años viviendo aquí y siempre tiendo la ropa en mi cuerda. En esos dos años, por primera vez utilicé el espacio cubierto para poder tender mi ropa en mi tendedero para que no se me mojara a la lluvia. En ese momento el espacio no estaba ocupado, así que no encontré ningún inconveniente para hacerlo. Pero vamos, que si te molesta tantísimo, y esos dos días te impiden tender la ropa durante 15, pues vale, pongo el tendedero en mis 20m2 y me tiro 4 días para que se me seque, utilizando después la ropa apestando a humedad.

- A ver, no te enfades, guapa, mira, yo sólo te digo...

- Que sí, que me parece muy bien que te enfades, y yo ya te digo que si eso te quita el sueño, pues no vuelvo a poner ahí mi tendedero.

- ¡Ay! Que te has enfadado, mira que yo no quiero que te enfades, eh? Que yo contigo no tengo ningún problema. Y yo, vamos, tampoco me molesta tanto, eh? No pasa nada.

- Joder, pero si me acabas de decir que querías ir al juzgado!

- No, mujer - me respondió entre risas borrachas - yo no he dicho eso. Lo que pasa es que aquí se abusa de mí mucho. Llevo viviendo 40 años aquí, y nunca he tenido problemas de ningún tipo. Pero ahora, todo el mundo tiende en mi cuerda.

- Pero vamos a ver! Que yo no tendí en tus cuerdas en ningún momento! Yo tendí bajo tus cuerdas, que es el único sitio donde no llueve.

- Ya, si ya lo sé, mujer, pero es que así yo no puedo llegar a mis cuerdas.

En ese momento sólo podía pensar que el mayor impedimento que tenía para llegar a sus cuerdas eran los litros de alcohol que tenía dentro. Por otro lado, también me estaba acordando de mi madre, que siempre me decía "no me pongas los ojos en blanco!"... lo cierto es que ésa me parecía una ocasión perfecta para hacerlo, y lo hice, obviamente.

- Bueno - siguió - menos mal que a mí, gracias a Dios, me lavan la ropa mis hijas y mi hermana. Y ya ves tú, dos camisas y un pantalón a la semana. Pero es que llevo 15 días sin poder tender!

- Y dale! Pero vamos a ver, responsabilízame si quieres de esos dos días, pero no de los otros 13, joder!

- No, mujer, no, si yo ya sé que tú no tienes la culpa, que tú eres una chica muy correcta y estoy encantado contigo. Lo que pasa es que el otro día fui a tender y no pude!

- Joder, pues me llamas a la puerta, y me lo dices tan tranquilamente, no vienes una semana después con esta vaina!

- No estabas.

- Los cojones! - me salió sin pensar demasiado en que el pobre hombre buscaba justificaciones donde nos las había.

- Que no estabas, mujer! Yo es que quería tender, y claro! estaba tu "tenderete" en medio y no podía - explicaba mientras hacía de mimo tendedero.

- Vale, bueno, pues ya me lo has dicho todo. Yo ya lo he entendido, y como tengo frío aquí fuera, no quiero seguir aquí escuchando tu historia una sexta vez.

- Ay, mujer, pero perdóname, yo no quiero que te molestes, eh?

- A ver, que yo no me molesto! - contesté molesta. - Sólo que no me gusta oír lo mismo 5 veces consecutivas. Me aburre y tengo frío. Además, si llamas a mi puerta, lo haces con tranquilidad, así que si haces el favor, la próxima vez no la aporrees.

- Que he aporreado tu puerta? ¿Que yo he aporreado tu puerta?

- Sí!

- No hija, no, yo no he aporreado tu puerta.

- Que tú no seas consciente de lo que hiciste, no quiere decir que no lo hayas hecho.

Su respuesta fue un encogimiento culpable de hombros, y yo, en mi orgullo, hice esfuerzos para no serenarme.

- Mira, que tengo frío, y creo que aquí no tengo nada más de qué hablar contigo.

- Bueno, pues perdóname por haberte molestado.

- Vale, vale.

Cerré la puerta a mi espalda y recuperé mi juego en el que, obviamente, mi clientela me había galardonado con la bancarrota. Respiré profundamente a la vez que volvía a mi adictivo sofá, mientras mi mente repetía incansable, "jodido vecino". Cuando ya alcancé los objetivos de los días sucesivos y consegí redecorar mi restaurante de comida rápida virtual a mi gusto, miré al techo pensando "Ludópata Versus Alchólico".

Si es que no son tan distintas las formas que tenemos para eludir nuestros problemas, pero el conflicto comienza cuando él procura vencer su soledad conmigo, y yo me veo privada de una soledad para mí agradable. Puedo justificar, puedo intelectualizar y puedo darle todas las vueltas del mundo a una anécdota estúpida de un apático miércoles por la tarde... pero la imagen de su cabeza estrellada contra el suelo del patio no me la quita nadie de la cabeza!

NOTA: en realidad toda esta conversación fue mucho más extensa, pero reproducirla es muy cansino para mí y para quien esté tan aburridx como para leerla porque era tremendamente repetitiva. También cabe decir que hay más personajes en esta historia, pero esta escena transcurrió sólo entre el vecino del 5 y yo. Si es que... las series televisivas más surrealistas sobre la convivencia entre vecinxs están inspiradas en esta antigua corrala.

martes, 10 de enero de 2012

Hay momentos...

Hay momentos para todo. Hay momentos para la ilusión y para la esperanza, a los que a veces siguen los momentos para el desencanto y la decepción. Hay momentos para construir un sueño, y hay momentos en los que hay que agacharse corriendo para que nadie pueda advertir los añicos de ese sueño roto. Hay momentos para inventarse una nueva historia, los hay para creer en ella y también los hay para vivirla.

Hay momentos para el olvido, o por lo menos los hay para intentar olvidar. Hay momentos en los que es mejor mirar hacia otro lado y simular una sonrisa para que nadie se dé cuenta de lo que en realidad está pasando. Hay momentos para recordar, para imaginar, para hipotetizar y para volver a la tierra a lamerse las heridas.


Sí, hay momentos para todo. También para perderse en la ambigüedad, disfrazándola de lo que mejor convenga. A veces la supervivencia reside en el hecho de maquillar esos momentos con una tonalidad mágica que probablemente no ve nadie más que tú. También en sentir que sus dedos tienen un lenguaje propio que sustituye al de las palabras mudas, y se enredan en tu cuerpo como queriendo formar parte de él. Quizás un gesto, una mirada, un brillo imaginario en el fondo del alma. Una misiva llena de intenciones ocultas que la propia fantasía alimenta con su fuego, haciendo crecer unas llamas que la razón se esmera en sofocar. Un rincón encantado para el alocado desenfreno de quien no teme soñar, pero lacerante prisión para quien tiembla al posar sobre su lengua una palabra que tiña de realidad esa fantasía.

Así que es menos arriesgado volver a lo seguro, a lo tangible, a esa apuesta de la que nadie espera una pérdida, a la llanura de la calma. Las pasiones quedan firmemente recluidas en esos momentos destinados a la aventura de la imaginación, a la huida de la certidumbre, al “¿y si tomara este rumbo?”, al viaje hacia tu instinto. Y aun así, eres consciente de que la fuerza de ese impulso nace de la idealización del mismo, de lo sublime que es mientras no existe. Pero… no puedes dejar de alimentarlo… La vida tiene extraños apetitos…