Hay travesías en las que la visibilidad parece infinita, las dulces aguas mecen la nave entre arrullos y caricias, aves y peces me acompañan como confirmando que ésa es la única dirección posible. Travesías cuyo nombre es armonía, sosiego, ilusión y esperanza.
También las hay que transcurren en medio de intempestivas tormentas, feroces vientos y mortíferos oleajes. Las soluciones son múltiples y abarcan un amplio espectro de posibilidades: desde dejarse llevar por el temporal hasta navegar contra la confusa corriente. Sea lo que sea lo que esas decisiones deparan, se toman a sabiendas de que es lo que en ese momento más conviene hacer, sin remordimientos que empujen al deseo de volver al pasado para cambiar el rumbo. Simplemente, la marea de la vida me empuja a actuar de miles de maneras cuyos resultados tallan mi corazón de pirata, superviviente a lo visible y lo invisible, enemiga y amiga de la adversidad.

De nuevo sin rumbo, sin aparejos que me orienten en mi ruta, sin una voz que cristalina me susurre cómo manejar mi barco. A la espera, no sé muy bien de qué. A que se disipe la bruma y mis sentidos vuelvan a funcionar. A que me encalle en alguna tierra desconocida poblada de posibilidades. Jodida bruma...
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