miércoles, 27 de julio de 2011

Una sonrisa no admite racaneos

El sol brilla por todas partes, pero dentro de mí es de noche. Una tristeza profunda carcome mis entrañas y escupe lágrimas que alguna parte de mí se niega a dejar brotar. Travesía interna por mares desconocidos, aguas que bravas me empujan de un lado a otro, quebrando mis huesos y desgarrando mis músculos. De mí sólo queda una especie de pseudoyo que, aparte de cubrir las necesidades básicas de forma precaria, se arrastra al trabajo para cumplir las tareas rutinarias gracias al piloto automático que se enciende en situaciones de emergencia.

Cuando todo está oscuro y las preguntas se sedimentan formando amplios meandros en la desembocadura de mi conciencia, los trámites más rutinarios y más exentos de importancia resultan ser la mayor pérdida de tiempo. Al viento se la suda que tú te quedes con el ejemplar verde y yo con el rosa. A la luna no le importa que necesites una fotocopia de este documento. Las mareas ignoran la relevancia de tus plazos. Igualmente, yo me aburro engordando las colas que me hacen ir llamando de puerta en puerta esperando la siguiente prueba en esta ridícula maratón.

Pero aunque parezca interminable, llega un momento en que un sello indica que por el momento ya no es necesario corretear más por los pasillos, ni tampoco acumular documentos, ni esperar en largas colas. El hogar en un día de introspección es una opción maravillosamente perfecta... Escogí el camino largo para caminar un rato y aplastar en cada uno de mis pasos los destellos de impotencia, las gotitas de amargura y las pizquitas de ira que se fueron acumulando a lo largo de este último viaje a la ultratumba de la doncella triste. Una sonrisa me aguardaba por el camino y no pude más que entregarme a ella.

Carmen agitaba ramitas de romero entre sus manos buscándome con la mirada entre la marea de obrerxs, turistas y transeúntes varixs. Mi debilidad por las gitanas me hizo ignorar a repartidorxs de publicidad, captadorxs de ONGs y encuestadorxs para centrarme en ella. Sería su "víctima". Sabía que intentaría embaucarme con su pícara sonrisa, con sus piropos y con su lastimera historia de madre sin recursos. No me importó. La quiromante no pudo haber aparecido en un momento más místico de mi existencia y le cedí la entrada devolviéndole la sonrisa y dejándome arrastrar por sus gestos.

Su mirada viajaba de mi mano a mis ojos haciéndome creer que cada una de sus palabras eran fruto de una antigua sabiduría femenina transmitida de generación en generación, en vez de ser la mentira que la lógica dictaba que era. Tuve que hacer un importante esfuerzo para impedir que las lágrimas anegaran mis ojos en el momento en el que me dijo que mis padres habían sufrido mucho por sacarme adelante... verdad más grande no me pudo haber dicho. También que el hombre que me acompaña ahora mismo en mi vida me quiere de corazón, dato que tampoco me hacía falta saber con una lectura de la buenaventura. Envidias, mal de ojo, sonrisa en el rostro y llanto en el corazón... cada una de sus palabras ya habían llegado a mí por medio de otras fuentes, y se confirmaban en ese instante mágico en el que sus labios las hacían audibles. Sus dedos suaves recorrían mi mano y lo único que podía sentir era un extraño amor hacia ella, hacia las mujeres, hacia la vida e incluso hacia mí misma.

Seguramente Carmen no encienda ninguna vela por mí, como aseguró que haría, pero los 10€ que le di no pagaron eso, ni tampoco sus palabras, ni siquiera el romero que me dio para el pequeño ritual de purificación. La aparición de la gitana y su alusión a un mundo mágico tras una mañana de traqueteos burocráticos es un canto a la salvación de esa renacuaja que por algún lado tengo escondida y que a veces se manifiesta haciéndome estremecer en medio de una inmensa ternura.

¡Ah! El 20 de agosto...