sábado, 6 de diciembre de 2014

La pluma despierta

Despertar, abrir los ojos y respirar. Sentir cada mota de aire en los pulmones, agitando sus alas para que el pecho vuele. Recoger el corazón en un cálido abrazo que desconoce el tiempo, esquiva el espacio. Escuchar esa melodía que agita el cuerpo en una danza continua, más allá de su propia piel. Flotar en cada nota, saltar sobre blancas, negras y corcheas, respetar los silencios, anidar en el pentagrama y echar a volar en clave de sol. 

Reconocer el propio fuego, disfrutarlo y ser unx con él, sirviéndose de su fuerza para encender la vida por doquier. Suavizarlo, mimarlo y expandirlo como una caricia, tizado con cada latido de un corazón alegre que recibe el mundo con la inocencia de un niñx. Recoger su llama, fundirse en sus colores y susurrarle secretos que transmuta en energía renovada. Renacer con él y descubrirse como ave fénix que recoge en sus plumas la sabiduría más allá del miedo. Y aterrizar... aterrizar en la ausencia de tiempo, en un ahora eterno en el que la luz es el sustento. 


martes, 23 de septiembre de 2014

Invocando a los Ents

El sol, escondido tras las nubes, cae rendido otra nueva noche, preso de los encantos de la luna. Sé que voy por el camino correcto, las señales están claras, y en algún lugar puedo encontrar el molino abandonado que supondría un techo perfecto para esperar al día siguiente.

Los hombros doloridos por el macuto me obligan a buscar cobijo con urgencia, pero la comodidad que ese molino me podría ofrecer es lo suficientemente sugerente como para procurar encontrarla. Dejo la mochila a un lado del camino para poder avanzar más rápido e investigar si el molino está tan cerca como creo. Por más que dejo rocas y tocones tras de mí, riachuelos y grutas sinuosas, mi ansiado refugio no da señales de existir. Las nubes ayudan a la oscuridad marcando al sol y negándome sus últimos rayos. Decido volver sobre mis pasos para improvisar un techo en el que pasar la noche. Una ténue lluvia decide hacerme compañía, haciendo que cada piedra suponga una trampa resbaladiza conspirando contra la integridad de mi dentadura.

Recojo mis cosas donde las había dejado y observo a mi alrededor fantaseando con posibles hogares, el hogar de esta noche. Árboles jóvenes desafiando a los ancianos con sus quebradizas ramas. Árboles ancianos haciendo notar su supremacía con su única presencia. El suelo invadido por el éxodo de las hojas en otoño, cubriéndolo con una gama de colores cada vez más imprecisa a medida que la luz se desvanece. Un poco más arriba, cruzando el camino que sube en paralelo a mi ruta, hay una zona bastante libre de pendiente. Las raíces de un árbol se yerguen cual muro hasta la altura de mi cintura, y sus ramas parecen invitarme a un abrazo en el que cantarme una nana. Cedo a la generosidad del bosque y la amabilidad de sus rincones.

Aislo el suelo y fabrico un techo con el chuvasquero y cuerda, solo resistente a una lluvia ligera como las que me fui encontrando hoy. Una tormenta me calaría al medio minuto. En ese instante en el que sabes que el sol ya te ha abandonado, y todavía no puedes sentir la presencia de la luna, sabes que nunca estarás más solx.

Enciendo la linterna para poder identificar mejor el lugar y ubicar mis cosas en el mismo sitio para no extraviar nada. Todo parece en orden, y el sonido del viento me invita a despedir la larga jornada de caminata de hoy. Me descalzo y libero mis pies de sus carceleras, desnudo mis piernas y observo que los músculos de ambas están en la misma posición, a pesar del dolor. La rodilla me hará difícil la jornada de mañana, quizás no avance tanto como había planeado.


Decido retirar mi pensamiento del dolor y sus consecuencias, y me concentro en el agujero que mi estómago ha generado para reclamar alimento. Lo sacio con un bocadillo que me preparé por la mañana antes de partir. El mundo se ve distinto con el estómago lleno... Satisfecha la necesidad primaria, despiertan otras necesidades que hasta ese momento estaban eclipasadas. Agudizo el oído y puedo escuchar claramente pasos, juraría que de un animal de cuatro patas... más de uno. Jadeos... sin duda, no estoy sola. Mi cuerpo se queda completamente paralizado, como si de la ausencia de movimiento se derivase indiscutiblemente mi invisibilidad. La entrada y salida de aire en mi cuerpo queda pospuesta hasta nueva orden, y los sentidos se ponen en modo alerta para detectar el peligro.

Tras los breves segundos en los que mi muerte parece segura bajo las fauces y garras de una manada de lobxs sedientxs de venganza hacia el ser humano, sobreviene un silencio monasterial que invita a la meditación. Es momento de liarme un canuto! Ese silencio, solo perturbado por los movimientos de mi torpeza a la hora de intentar moverme sin descubrir mi cuerpo a la intemperie, se merece un momento de comunión con el humo. Mi garganta se va calentando a medida que los árboles oscilan frente a mis ojos, semiescondidos tras las cascadas de humo. Cerrando los ojos, puedo tener un río al lado, incluso el mar, un ejército de hormigas dispuestas a atacar a ese topo que siempre ubica y posteriormente destruye su elaborado hormiguero, un grupo de arañas tejiendo una tela sobre mí, aisándome del mundo y envolviéndome en una esfera perfecta impenetrable para cualquiera que intente hacerme daño.

La oscuridad ve frustrados sus planes de dominar la tierra esta noche, pues la luz de la luna se reflecta sobre las gotitas que pueblan la niebla, tiñéndolo todo de una opacidad blanquecina. Todo se ve a través de su influjo, no hay manera de escapar de su poder. Los árboles, las babosas, las arañas, incluso las sombras... todo le pertenece, y en la certeza de tal genuina soberanía, me encomiendo a ella mientras mis párpados deciden poner fin a tal obra maestra. El sueño me vence y mi cuerpo se acomoda al duro suelo para recibir el día descansado.

Un ruído me incorpora en la noche. Unos metros más abajo algo se mueve, pero no alcanzo a verlo con la luz disponible. Engancho la linterna y la enciendo en la dirección en que mis oídos me indican que se encuentra el ruído. Unas ramas se mueven unas tras otras, accionadas por un efecto dominó de lo más irónico. Dos luces me atrapan con su resplandor, y sé que el dueño de esos ojos podría no gustarme. Calculando la distancia a la que se encuentra de mí, y la separación que hay entre ambos ojos, intuyo que se trata de un animal pequeño. Aclimato mi visión al contraste entre luz y sombras proyectado por la lintera, y consigo distinguir unas orejas puntiagudas... y unos bigotitos muy monos dignos del más mimado gato doméstico. El minifelino, en principio inofensivo, valora, a la par que lo hago yo, el riesgo que supone mi presencia en la trayectoria de su camino. Decide, al igual que yo, que hay cabida para ambxs en este bosque, y que ambxs merecemos vivir en paz y armonía con el resto de seres animados que habitan en él. Sus patas comienzan a moverse sigilosas hacia adelante, mientras su lomo las acompaña un poco después, encogido como fingiendo ser menos. Al pasar por mi lado, gira su cabeza y me observa con sus ojos brillantes bajo la luz de la linterna, para después volver a dirigirse hacia el frente en la búsqueda insaciable de hembras en celo.

Resuelta la duda de una hipotética amenaza, toca volver al sueño, pero... el ritmo cardiaco alcanzado tras la posible presencia de un cánido salvaje o, lo que es peor, un manada enterita de ellxs, consigue alterarme lo suficiente como para reencontrarme con Morfeo por segunda vez en la noche. Me relajo ante la idea de la Luna observándome, de los árboles erigiendo un fuerte en torno a mí en el que protegerme y acunarme esta noche, inyectándome alguna antigua semilla de fuerza y sabiduría para reemprender mi camino.

Las respuestas están ahí fuera, debajo de cualquier piedra o escondidas entre las raíces de un helecho majestuoso que saluda a la vida entre la magia de los robles. Allí donde poses tu vista, podrás verlas. En cada rincón, en cada camino. Podrás oirlas en tus pasos, en la lluvia. Sentirlas en el agua que nutre tu garganta sedienta, y en la piel de tus amantes. Degustarlas en el fruto de cada árbol cansado, en cada lengua que tu boca devore. Olerlas en la superficie de la tierra tras ser atacada por la tormenta, en las rocas devastadas por las olas del mar... Te esperan... Igual que a mí la certeza de que el sol me desperatará con un fuerte propósito que propulsará mis pasos allí donde los proyecte. Y de nuevo, mi cuerpo se rinde a la tranquilidad que me supone sentirme libre.

miércoles, 25 de junio de 2014

Inyección de esperanza

No sé cuánto tiempo llevo sentada frente al ordenador sin hacer nada. La idea inicial era ponerme a escribir, pero dicha intención siempre se topa con los muros de mi miedo. Así que aquí estoy, diciéndole al miedo que puede irse a la puta mierda, porque resulta que me apetece teclear. Sin más. El resultado es lo de menos, pero se presta un reencuentro con las palabras, un amago de orden en medio del kaos.

El presente es una continua espera. Vivir la propia vida es algo que, de pertenecer a este plano de realidad, corresponde al futuro. Mientras, toca tejer puentes entre una "certeza" y otra, entre islas de pseudoestabilidad que dan la falsa sensación de permanencia y seguridad. Es hora de asumir que estamos en continuo movimiento, que podemos redescubrirnos en cada tropiezo, que si el mundo se desmorona... siempre podemos construir otro nuevo a medida.


Las heridas siempre mutan en cicatriz, que aunque deje de doler, te recuerdan que has sido fuerte y que te has aferrado a la vida. Vives, así que tú escoges cómo. Aunque toque atravesar desiertos con las fuerzas justas para sobrevivir, sabes que allí donde la vista no llega, te esperan imponentes montañas, acogedores bosques, praderas mimosas, mares salados y alguna que otra cálida cabaña. Aunque te sientas deshidratar, resiste, pues el agua del rocío mojará tus labios cuando extenuadx te desplomes en el suelo. Cuando veas que se te cae la piel, recuerda que tu propio cuerpo se encargará de devolvértela. Si el aire no llega a tus pulmones es porque has olvidado que lo mereces, así que regálate la oportunidad de volver a respirar. Ahí donde ahora no puedes verla, se esconde tu vida, esperando a que acciones el botón que la desate y la libere. Vívela.


martes, 4 de febrero de 2014

Para el frío... humo

Otra ventana vacía, cotilla de nuestros secretos. Como los de lxs demás, de lxs demás son, la única alternativa es que le desvele los míos. Ay, ventana lasciva, que no te hartas de desnudarme, ya haga frío o haga calor. ¿Y qué quieres que te cuente esta noche que ya no sepas? Que echo de menos a la luna, que se me esconde entre los edificios... O quizás soy yo que ya no salgo a buscarla... Fuera es lejos. Y ahí me tiene: abandonaita.

No sé cuándo fue, que dejaron de existir los minutos. Las manecillas de todos los relojes se molieron de tanto girar. Poco a poco, y sin tampoco advertirlo, desaparecieron las horas. Esas cabronas se burlan del sol y de la luna, arbitrarias se muestran como queriendo decir que hay algún tipo de relación entre la última y la anterior. Y luego... los días. Miércoles o domingo son palabras que no figuran en mi diccionario... quizás allá por los tiempos de un señor llamado Don Quijote, las usaran. Voilà! Ha muerto el tiempo. Es una palabra que, cuando la piensas, se oye con eco en la cabeza. Pero ya no existe. Se habrá instalado en la vida de otrxs para regirla con su tic-tac.

Espacio... también tú comienzas a presentar tendencias escapistas. Estás presente. Me indicas continuamente dónde estoy... pero a veces te pierdo. Mi cabeza es ágil y me devuelve a ti, clavando mis ojos en tus rincones para no olvidarme que esto es Madrid, mientras repito abrazada a la almohada: "hoy es miércoles". Una parte de mí, se esfuerza por no perder un mínimo de referencias que me aten a la cordura. La otra parte, se entrega gustosa a la decadencia más asquerosa.

Apaga la luz. Cierra la puerta. No hagas ruido. Silenciooooo... Nútrete de esa maravilla, mézclate con ella cerrando la puta boca. ¿No lo oyes? Pum pum, pum pum... Parece ser que procede de mí, así que eso solo puede significar que estoy viva, cuando ya de todxs me había despedido en mi funeral, y aquí sólo hace frío. PUM PUM, PUM PUM!!!: Redobla en mis oídos. No te quiero oir! Y a su alrededor construyo una jaula para que deje de moverse por todo el pecho, pero el frenético y ruidoso bombeo no lo puedo apaciguar, y los barrotes se me clavan fríos y poderosos. 

Me convierto en humo sólo para escapar de ti, para convertirme en ninfa del bosque que juguetona se esconde de la realidad. Ardiendo recorre mi garganta para ardiendo anestesiarme otro día cualquiera más. Derrite con sus cálidas manos de santa los barrotes y los grilletes de mi pecho, y saca al corazón a dar un paseo, pa que le dé el aire y eso. Siempre vuelve temeroso de reocupar el ataud que mi cuerpo supone para él. Y los ojos se cierran pa mimarlo, pa que no le entre luz que lo desvele de su sueño...