sábado, 21 de enero de 2012

La apatía de un miércoles por la tarde

Parece que existen miles de horas antes de que el sueño me empuje a la cama, y aunque pueda elaborar una lista bastante extensa de cosas que tendría que hacer, o incluso de cosas que me apetecen hacer, la apatía vence a toda potencial lista y el sofá me atrapa entre mantas y cojines. Mi fiel amigo internet me ofrece la posibilidad de perder el tiempo de las maneras más estúpidas que te puedas imaginar, y una de ellas, paradójicamente, es ofreciéndome 30 minutos de prueba de diversos juegos de "gestión del tiempo". Estos juegos se convierten así en una especie de mofa de mi incapacidad para hacer algo provechoso con mi tiempo, y así me convierto en una eficiente camarera porque sé priorizar mis acciones, en una buena granjera, en una excelente organizadora de bodas y en una ejemplar cuidadora de mascotas. Ya ves tú. El caso es que esa mierda de juegos diabólicos consiguen engancharme de una forma un tanto obsesiva...

Pues bien, justo cuando estaba sentando a los clientes de color amarillo en su mesa de color amarillo (obteniendo así una bonificación por color que aumentaría considerablemente mis propinas), una especie de embestida contra mi puerta interrumpe la puñetera musiquita de mi vida virtual en un restaurante de comida rápida. Los nervios me impiden ubicar el botón de pausa y al alzar la cabeza veo a mi pintoresco vecino caminar al otro lado de la ventana. Me levanto furiosa, dispuesta a gritarle mi indignación por haberme interrumpido en tan vital actividad, y abro la puerta voceando "¡¿qué pasa?!" Y bien, al absurdo de mi apatía sólo le puede suceder el absurdo de la apatía ajena.

- Hola, mira guapa, que yo no te quiero molestar, ni tampoco quiero que haya problemas entre los vecinos, pero es que te quiero comentar una cosa y espero que no te parezca mal.

El tufo a alcohol casi me tumba, pero la ira nacida de mi mono ludópata consiguió mantenerme en pie.

- Vale. ¿Qué pasa?

Con dificultades para mantener una postura medianamente erguida, mi vecino se apoyaba en la pared, manchándose con la pintura blanca descascarillada que ésta desprendía.

- Pues es que... verás. Llevo 15 dís sin poder tender la ropa.

- ¿Acaso la ropa que hay en tu cuerda es mía? - le interrumpí intuyendo por dónde me iba a salir.

- No, guapa, no. Sé perfectamente de quién es esa ropa, y no es tuya. La verdad es que aquí todo el mundo abusa de mí, y pronto me cansaré y tendré que ir al juzgado. Pues mira, niña, que llevo 15 días sin poder tender la ropa, y no me parece normal.

- A ver, mira, te resumo - le contesté impaciente. - Yo llevo dos años viviendo aquí y siempre tiendo la ropa en mi cuerda. En esos dos años, por primera vez utilicé el espacio cubierto para poder tender mi ropa en mi tendedero para que no se me mojara a la lluvia. En ese momento el espacio no estaba ocupado, así que no encontré ningún inconveniente para hacerlo. Pero vamos, que si te molesta tantísimo, y esos dos días te impiden tender la ropa durante 15, pues vale, pongo el tendedero en mis 20m2 y me tiro 4 días para que se me seque, utilizando después la ropa apestando a humedad.

- A ver, no te enfades, guapa, mira, yo sólo te digo...

- Que sí, que me parece muy bien que te enfades, y yo ya te digo que si eso te quita el sueño, pues no vuelvo a poner ahí mi tendedero.

- ¡Ay! Que te has enfadado, mira que yo no quiero que te enfades, eh? Que yo contigo no tengo ningún problema. Y yo, vamos, tampoco me molesta tanto, eh? No pasa nada.

- Joder, pero si me acabas de decir que querías ir al juzgado!

- No, mujer - me respondió entre risas borrachas - yo no he dicho eso. Lo que pasa es que aquí se abusa de mí mucho. Llevo viviendo 40 años aquí, y nunca he tenido problemas de ningún tipo. Pero ahora, todo el mundo tiende en mi cuerda.

- Pero vamos a ver! Que yo no tendí en tus cuerdas en ningún momento! Yo tendí bajo tus cuerdas, que es el único sitio donde no llueve.

- Ya, si ya lo sé, mujer, pero es que así yo no puedo llegar a mis cuerdas.

En ese momento sólo podía pensar que el mayor impedimento que tenía para llegar a sus cuerdas eran los litros de alcohol que tenía dentro. Por otro lado, también me estaba acordando de mi madre, que siempre me decía "no me pongas los ojos en blanco!"... lo cierto es que ésa me parecía una ocasión perfecta para hacerlo, y lo hice, obviamente.

- Bueno - siguió - menos mal que a mí, gracias a Dios, me lavan la ropa mis hijas y mi hermana. Y ya ves tú, dos camisas y un pantalón a la semana. Pero es que llevo 15 días sin poder tender!

- Y dale! Pero vamos a ver, responsabilízame si quieres de esos dos días, pero no de los otros 13, joder!

- No, mujer, no, si yo ya sé que tú no tienes la culpa, que tú eres una chica muy correcta y estoy encantado contigo. Lo que pasa es que el otro día fui a tender y no pude!

- Joder, pues me llamas a la puerta, y me lo dices tan tranquilamente, no vienes una semana después con esta vaina!

- No estabas.

- Los cojones! - me salió sin pensar demasiado en que el pobre hombre buscaba justificaciones donde nos las había.

- Que no estabas, mujer! Yo es que quería tender, y claro! estaba tu "tenderete" en medio y no podía - explicaba mientras hacía de mimo tendedero.

- Vale, bueno, pues ya me lo has dicho todo. Yo ya lo he entendido, y como tengo frío aquí fuera, no quiero seguir aquí escuchando tu historia una sexta vez.

- Ay, mujer, pero perdóname, yo no quiero que te molestes, eh?

- A ver, que yo no me molesto! - contesté molesta. - Sólo que no me gusta oír lo mismo 5 veces consecutivas. Me aburre y tengo frío. Además, si llamas a mi puerta, lo haces con tranquilidad, así que si haces el favor, la próxima vez no la aporrees.

- Que he aporreado tu puerta? ¿Que yo he aporreado tu puerta?

- Sí!

- No hija, no, yo no he aporreado tu puerta.

- Que tú no seas consciente de lo que hiciste, no quiere decir que no lo hayas hecho.

Su respuesta fue un encogimiento culpable de hombros, y yo, en mi orgullo, hice esfuerzos para no serenarme.

- Mira, que tengo frío, y creo que aquí no tengo nada más de qué hablar contigo.

- Bueno, pues perdóname por haberte molestado.

- Vale, vale.

Cerré la puerta a mi espalda y recuperé mi juego en el que, obviamente, mi clientela me había galardonado con la bancarrota. Respiré profundamente a la vez que volvía a mi adictivo sofá, mientras mi mente repetía incansable, "jodido vecino". Cuando ya alcancé los objetivos de los días sucesivos y consegí redecorar mi restaurante de comida rápida virtual a mi gusto, miré al techo pensando "Ludópata Versus Alchólico".

Si es que no son tan distintas las formas que tenemos para eludir nuestros problemas, pero el conflicto comienza cuando él procura vencer su soledad conmigo, y yo me veo privada de una soledad para mí agradable. Puedo justificar, puedo intelectualizar y puedo darle todas las vueltas del mundo a una anécdota estúpida de un apático miércoles por la tarde... pero la imagen de su cabeza estrellada contra el suelo del patio no me la quita nadie de la cabeza!

NOTA: en realidad toda esta conversación fue mucho más extensa, pero reproducirla es muy cansino para mí y para quien esté tan aburridx como para leerla porque era tremendamente repetitiva. También cabe decir que hay más personajes en esta historia, pero esta escena transcurrió sólo entre el vecino del 5 y yo. Si es que... las series televisivas más surrealistas sobre la convivencia entre vecinxs están inspiradas en esta antigua corrala.

2 comentarios:

  1. Ah, me vi proyectada cuando dice "él procura vencer su soledad conmigo y yo me veo privada de una soledad para mí agradable", ¡joder, que así pasa!
    Un beso

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    1. jajajajajaja, sí, verdad¿? Las personas somos incapaces de coordinarnos en ese plano.
      Un besiño, Mayra!

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