martes, 14 de febrero de 2012

Agua, tierra, aire... FUEGO

El recuerdo llama a la puerta insistente, y ante tal premura decido hacerle pasar. Apenas pensaba en él en los últimos días, pero la imagen que en mi mente se quedó guardada era completamente diferente a lo que hoy descubrí al volver a verle. De la penumbra pasó a la luz y al color. Todo aquello que yo había sepultado bajo el miedo, reverdeció con el pasar de los días, con el descanso de la luna y el sol. El tiempo se ocupó de devolverle a un estado latente de esperanza.

Ya no más. Acabé contigo. He creído que me anegabas en tus tinieblas cuando dentro de mí ya había brotado una discreta llama, cálida y valiente, colorida y decidida. Te vencí. Te eché a un lado y me dispuse a pintar un nuevo lienzo.

Y de nuevo mis dedos corretean por el blanco, manchándolo de verde primero, azul después. Primero con la puntita de un dedo, después restregando toda la yema y, contagiados por la alegría del color, los otros dedos finalmente se dispusieron a corear al índice en una arrítmica melodía. Hacia arriba, arriba. Cielo verde, árboles azules. El mundo enloquece en un frenesí daltónico que se vuelca en la mesa de trabajo con cada gota de pintura.

Tierra. El marrón irrumpe en círculos para gritar que él también está lleno de vida. ¿Rojo? Dos dedos descienden asesinos entre amables rocas, tiñéndolas del fuego uterino. Rojo, rojo, rojo... No es suficiente, necesito más. Pierdo el apaciguado ritmo del agua, de la brisa que mece las hojas de los árboles. ¿Un barco rojo? ¿Un barco encayado? ¡Mierda! Ya sabía yo que mi travesía de fantasía encontraría su fin en poco tiempo. ¿Qué hago? Me desespero. "Retoma el barco, seguro que no está encayado". ¿Cómo que no? ¡Míralo! "Pues si sientes que no puedes seguir con el barco, hazlo desaparecer".


El agua pura difumina los colores. Los atraviesa y los mezcla en un borrón que me hace extrañar a ese barco que me había llevado a la deriva. Paciencia. El borrón desaparecerá. Mimo, cuidado, tiempo. Un momento... ¿Una flor? De la zozobra al brote. Naranja, verde, rosa y blanco. Se mezclan, pero no importa. No sé dónde empiza, ni tampoco dónde acaba. Arde en medio de la nada, escupiendo a un corazón de hielo que parece inerte entre la maleza.

Sopla un gélido viento que lo mece todo a su paso, agitándolo incluso por momentos. Pero aquí no hay cabida para su frío, si acaso para su gentil invitación de baile, porque yo soy la guardiana del fuego. Bravo refulge en mi vientre, abrasa mi piel y te quema si olvidas cómo tratarlo. Me lleva consigo, me pierde en su reino, me atrapa en su crepitar. Me hace suya, suya soy... soy fuego.

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