¿Y qué toca ahora? Desgarrarme la garganta en un grito mudo, cubrir de sangre la alfombra de mi casa, vaciarme de lágrimas en el andén de una estación fantasma o directamente renunciar a la oportunidad de equivocarme. Siempre queda la opción de viajar a todas esas guaridas que a lo largo de los años he ido construyendo en gélidos parajes desconocidos a los ojos ajenos. Esos rinconcillos míos a los que tienes el acceso prohibido... o a los que te dejo entrar para amarte u odiarte, en función de lo que no esté permitido en el plano real. ¿Entonces que? Necesidad de escapar... ¿pero a dónde? ¿y cómo? Sentirme caer hacia ninguna parte para solamente sentirme caer... y nada más. Ni cerrar los ojos quiero, por temor de volver a abrirlos... Y así transcurre la noche, atrapada en el dilema de la existencia, absorvida por la certeza de que las respuestas se harán de rogar... de que la luna se hace esperar.