Otro día se asoma por la ventana entre nieblas y tímido orvallo, como anunciando las lágrimas que se apelotonan tras los ojos para con ellas reproducir los ríos y regatos de Rosalía, bellos parajes del norte que inspiran la nostalgia de la soñadora despierta. Y caminar es un imperativo. Caminar sin camino, caminar sin ser consciente de ese tonto movimiento que las piernas ejecutan una detrás de otra, a un ritmo inconstante y fatigado que conduce a un desolado vertedero de ilusiones rotas, decepciones volátiles y colores vagos del pintor daltónico.
Entre los anhelos más absurdos crece el de la eterna huída. Huir de mí misma por loca y cansina, por aburrimiento de un eterno deambular en círculos en torno a la libertad robada tras la mentira del miedo disfrazado de amor. Construir la soledad es una obra arquitectónica para la que no todxs estamos preparadxs, pero sus lindas promesas nos atrapan entre salones y dormitorios, despachos y oficinas, almacenes y trasteros abandonados frente a nuestro negativa a edificar.
Me agazapo bajo la certeza de que los sonidos que se aproximan anuncian la muerte de un espacio silencioso mimosamente creado para mí. Palabras furtivas se escabullen entre mis labios para despedirse de un momento del que no me apetecía que formaras parte.
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